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El tajo de Roldan y la isla de Benidorm

Roldán y Bernardo Carpio eran, según las leyendas, dos héroes de la época de Carlomagno.

Roldán tenía sin embargo un defecto: era un tanto soberbio y descortés. Y, desde luego, no le hacía ninguna gracia que le tomaran el pelo. Se ponía hecho una furia, de ahí lo de “Roldán el furioso”.

Ocurrió que el famoso héroe francés conoció a una españolaza de tronío, Angélica, doncella un tanto ligera de cascos pero de gran belleza. Como no podía menos que ocurrir, Roldán se enamoró; en esto Roldán era semejante al más común de los mortales. Sin embargo, no ocurrió lo mismo con Angélica, a quien no llenaban por completo los innegables méritos de Roldán. Tonteó un poco hasta que un buen día decidió cambiar a nuestro héroe por un moro, Medor, quien para mayor escarnio de Roldán, era barbilampiño.

¿Cómo podía aguantar semejante bochorno sin tomar al punto cumplida venganza? Echó mano de su famosa espada, Durandarte, que en su empuñadura tenía reliquias de varios santos, y con ella en la mano decidió arreglar el asunto. Pero los amantes, a quienes el amor no había entontecido por completo, decidieron poner tierra de por medio y se vinieron hacia la Costa Blanca, convencidos de que hacían un gran descubrimiento.

Roldán enfiló la Vía Augusta con la firme resolución de no parar hasta darles su merecido. Se subía por las montañas más altas para localizarles, bajaba y aprovechaba para matar una manada de bueyes que accidentalmente pasaba por allí. Cuando no, arrancaba centenares de árboles, desviaba el curso de los ríos, demolía montes. En suma, destrozaba nuestro paisaje y su reputación de caballero perfecto.

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Dominado por este repudiable desenfreno llegó a Benidorm, donde, según noticias recibidas de un pastor, se encontraban los amantes pasando unos días. Rolando el Furioso, para mejor avistarles se subió al Puig-Campana, que se llamaba así porque visto desde Altea parecía talmente una campana. Desde allí, logró divisar a la pareja en la playa de Poniente. Cogió su espada Durandarte y le dio una enorme cuchillada al monte. Luego, de una patada, les lanzó a los alegres y confiados amantes el trozo que acababa de cortar. No les dio por los pelos, yendo a caer al mar para convertirse en lo que hoy se conoce como la 'Isla de Benidorm' o la 'Isla de los Periodistas'.

La leyenda no cuenta si logró por fin darles alcance; lo que sí es cierto es que quien pagó el pato fue nuestra costa. Pero también hay que reseñar que Roldán recibió su merecido más tarde, concretamente el 15-8-778. Nuestro Bernardo del Carpio nos vengaría ahogando con sus fornidos brazos al francés, que como es sabido no podía morir a causa de herida alguna.

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