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Aly, Cantara y la cara del moro

Aly y Cántara vivían en lo que hoy se conoce como Alicante que entonces debía ser bastante pequeño. Esta fue sin duda una de las razones por las que se conocieron. Pero había otras. Cántara era hija del Califa de la ciudad y, por si esto no la hiciera ya suficientemente apetecible para cualquier mozo casadero, era de una extraordinaria belleza.

Respondía perfectamente al ideal de belleza de la mujer musulmana. Cara redonda, cabellos negros, mejillas blancas y rojas con un lunar, mirada lánguida, ojos saltones como los de una cierva, boca pequeña, dientes blanquísimos, caderas robustas, senos gruesos y dedos ahusados.

De esa belleza se enamoraron ardientemente dos jóvenes moros, caudillos del famoso moro Muza. El Califa que, aunque hubiera querido para su hija el mejor de los partidos, acabó aceptando otorgar su mano a uno de los dos. ¡Pero terrible dilema! ¿ cuál de ellos ?.

Los dos parecían buenos chicos y no quería enemistarse con ninguno. Tomó pues una decisión salomónica. Propuso a ambos pretendientes que realizaran algo así como los trabajos de Hércules pero en versión árabe. El primero que viera feliz término a su trabajo tendría la mano de la bella Cántara. Como buen mahometano que era sabía el Califa que la elección ya estaba hecha por Alá, el todopoderoso, quien tiene escrito de antemano todo lo que sus fieles va ha acontecer. Sólo había que dejar que el tiempo se encargara de desvelarlo, y confiaba de que esto sucediera mientras los dos pretendientes realizaban sus respectivas tareas.

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Almanzor, que así se llamaba el otro enamorado, y Aly se pusieron manos a la obra. Almanzor marchó a la India en busca de finas especias, que entonces no se podían conseguir en Novelda. Aly, más astuto, decidió hacer un trabajo que le permitiera permanecer cerca de su amada, y así habló al Califa de construir una acequia que traería agua de Tibi a sus dominios. Empezó con cierto ímpetu pero, poco a poco se fue enfriando. Pensó tal vez que era una faena dejar parte del tiempo como la cigarra de la fábula: cantando. Cantaba las excelencias de su amada, que no eran pocas, y además lo hacía en verso. Cántara se enamoró perdidamente de Aly, e hizo la elección sin esperar tan siquiera a ver el final de la acequia.

Pero he aquí que en eso volvió Almanzor con su barco repleto de especias, y el Califa, que era hombre de palabra, le dio la mano de Cántara. Y aquí empezó el drama. Aly, lógicamente desesperado, se tiró a un barranco produciendo una gran depresión que, fue aprovechada para construir, posteriormente, el pantano de Tibi. Ironías del destino. Cántara se lo pensó durante un rato y, finalmente, decidió seguir los pasos de su amado. Se tiró a al mar desde el risco de San Julián, que desde entonces vino a llamarse el 'Salt de la reina mora'.

Nada dice la leyenda de cual fue el destino de Almanzor; Pero sí se sabe en cambio que el Califa murió de tristeza y que sorprendentemente su efigie apareció grabada en el Benacantil, dando lugar a lo que hoy se conoce como 'la cara del moro'. Cuenta la leyenda que la corte sarracena, impresionada por la desgracia, decidió dar a la capital el nombre de los desgraciados amantes: Alicántara. De ahí viene el nombre de Alicante.